Lo que no tiene precio para Lanzini
por Claudio Mauri para La Nación
Hay futbolistas que no le dan la prioridad al aspecto económico en el momento de cambiar de club, especialmente cuando lo económico es un asunto resuelto y asegurado en su carrera. Son minoría los que pueden permitirse relegar lo monetario. Por lo general, son los que ya acreditan una larga trayectoria, durante la cual han tenido la posibilidad de firmar sustanciosos contratos y negociar millonarios pases. En ese momento se dejan llevar por algún desafío deportivo o sentimental postergado, como ocurrió con Heinze y Maxi Rodríguez en Newell's, por citar dos casos.
La norma es otra: las exhaustas tesorerías y el cepo al dólar se combinan para que todo jugador esté presto a armar la valija apenas le llega alguna oferta medianamente interesante desde el exterior. La aspiración es legítima y cualquier objeción que se haga sobre el bolsillo ajeno es tan impertinente como gratuita, no cuesta nada hacerse el principista sobre la relación costo-beneficio de otra persona.
No hubo montaña de dólares que convenciera a Manuel Lanzini de irse por segunda vez de River a dibujar gambetas que no harían historia ni lo mejorarían como jugador a Baniyas, de Emiratos Árabes.
Rechazados en una primera instancia por el N° 10, los árabes volvieron a la carga con una propuesta que duplicaba a la inicial, lo suficientemente suculenta como para aceptarla con los ojos cerrados.
River se relamía con una venta que orillaba los 10 millones de dólares, y no faltó algún familiar cercano que le hiciera ver a Lanzini que, a los 20 años, sus necesidades materiales iban a quedar cubiertas para el resto de su vida.
La ecuación de Lanzini fue otra: lo mucho menos que cobrará en River lo puede compensar con un superávit futbolístico y una realización deportiva que, en el mediano plazo, quizá lo coloque en la situación deseada: un progreso económico unido a un mercado futbolístico más fuerte y tradicional.
Con 18 años, Lanzini, que se asomó a la primera de la mano de Cappa, ya tuvo un paso fugaz por Fluminense.
La llegada de Fabbro, pedido por Ramón Díaz desde enero, podría poner en riesgo su titularidad. Viene de un semestre en el que descubrió su veta goleadora (con 5, al igual que Luna, fue el máximo anotador del equipo). Mucho se auscultó su carácter y personalidad para soportar la presión y responsabilidad de ser el 10 de River.
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